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¿Descorazonado? Puente te puede ayudar a ver la vida por el lado amable

El sonido del mar, imponente y dramático, abre el telón de esta tragicomedia en el que el desencanto, la soledad, la tristeza y el desengaño amoroso se encuentran en un mítico y fatídico escenario miraflorino: el puente Villena, lugar que años atrás fue espacio favorito de los suicidas limeños para cruzar hacia lo que llaman “mejor vida”. De ahí el nombre y de ahí que esperemos una historia cargada de dolor y desesperanza. Me animé a verla e invité a una amiga, la cual se encuentra en sus primeros y dolorosos días de ruptura amorosa. No es que busque lo peor para ella pero me fascina colocar al borde a las personas.

Sin embargo, Ximena Basadre apuesta por un tono irónico para hablar de la muerte y la frivolidad que rodea a cuatro personajes cuyo único anhelo es acabar con sus vidas.  Por lo que la experiencia se hace amena pero no menos aleccionadora y reconfortante. Nuevamente, la puesta en escena de las tablas del Teatro Británico se luce, esta vez con elementos mínimos y estimulantes. Norma Martínez dirige el montaje y lo hace con solvencia, aprovecha el espacio y el lenguaje corporal de los actores para regalarnos momentos de intensa reflexión y también de humor.

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En Puente, los protagonistas están socavados emocionalmente por las circunstancias en los que la vida los ha colocado: un escritor en decadencia, sin rastro alguno de la gloria de la que se ufana durante toda la obra, es personificado por Alonso Cano, quien logra dotar de carácter y carisma aún en su actitud huraña y violenta; una viuda apesadumbrada por el duelo que le guarda a su único y gran amor de la vida, sujeta a las costumbres y al qué dirán de su alcurnia limeña, es representada con excelencia por Ana Cecilia Natteri, quien es tal vez el personaje mejor trabajado por los matices que logra, desde la exagerada afectación de sus formas hasta los chispazos de luz en un momento extremo; un millenial abrumado por el tedio y la sensación de vacío, que Gabriel Gonzales encarna con solidez y ternura; un taxista a la espera de su amada, con sueños de prosperidad y de inocente actitud frente a la vida, con el que Lolo Balbín se viste para protagonizar los momentos más cómicos e inesperados de la obra.

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Vistos de manera individual, cada uno tiene motivo suficiente para lanzarse al abismo. En conjunto, parece que todos se han tomado la vida pero sobre todo sus desgracias, demasiado en serio. Por eso, la autora los pone en una situación absurda: escoger el mismo día para cruzar el puente hacia la muerte pero ninguno de ellos quiere compartir el escenario con el otro. ¿Cómo un escritor irreverente y de categoría va a compartir espacio en los noticiarios con una anciana burguesa y ridículamente vestida?, ¿por qué la decepción de un romántico es menos relevante para desaparecer comparado con el desaliento existencial de un joven? Es a partir de lo caricaturesco, en donde Puente, conecta con los miedos de los personajes, sus contradicciones, sus sueños perdidos, sus nostalgias más íntimas y logra humanizarlos. Por supuesto que esto no sería posible sin las interpretaciones de cada uno de los actores, en los que la comunicación fluye como si se conocieran de años pero eso no resulta forzado; y es que, ¿qué mejor complicidad que la de compartir el mismo desgano?

Hablar más de Puente, sería spoliearte demasiado. Solamente te advierto que la pasarás bien con sus momentos de fino humor y podrás ver a una radiante Ana Cecilia Natteri, otorgando una energía que parece que el tiempo no puede mermar. Solo verla ya es motivación suficiente para continuar sin desgano. Finalmente, luego de la obra y mientras caminábamos cerca del puente Villena, mi amiga, siempre frágil ante estos asuntos de la tristeza, me confesó que es consciente de su pena pero también de que la vida debe seguir adelante.

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